03 Nov

Situada justo enfrente de la Catedral del Tyn se encuentra una de las torres más llamativas y bellas de todo el casco antiguo: la de la Municipalidad Vieja o Starometska Radnice. Si bien el rosado edificio del Ayuntamiento sobre el cual se encuentra esta torre reviste una gran importancia dada su belleza arquitectónica (y además, por que allí se encuentra la Oficina de Información Turística más visitada) no se puede negar que en el conjunto arquitectónico ella es la que más llama la atención, dado que es allí donde se alberga una de los relojes más bellos del mundo (sino el más bello).

La construcción de la torre data del año 1364 y fue diseñada como vivienda de un noble caballero checo, quien se jactó de habitar en uno de los puntos más altos de la ciudad y desde el cual tenía una de las mejores vistas panorámicas de la zona. Pero lo cierto es que en 1490, la torre dejó de ser atractiva en sí misma y pasó a formar parte del soporte en el cual se colocó el que, aun hoy, está considerado el reloj más bello del mundo.

Cuentan los historiadores que, como los gobernantes de entonces ya vislumbraban la magnificencia que portaría la ciudad a lo largo de los años, decidieron mandar a construir un reloj que fuera una pieza única tanto en sus materiales como en su estilo. Así es como la misión recayó en un relojero de raza llamado Hanus, quien sintiéndose honrado por el rey al haberlo elegido para tal encargo, creó uno de los relojes más sofisticados y misteriosos que se haya visto hasta entonces.

De esa manera y teniendo en cuenta la mixtura entre la cultura eslava, el inminente avance poblacional de la comunidad judía y de algunos otros elementos extranjeros –sobre todo los de origen turco- el relojero decidió incorporar todos esos elementos, y con ellos, logró simbolizar de alguna forma el crisol de razas y culturas dominantes por entonces.

Pero lo cierto es que una vez terminado su trabajo y entregada la pieza, la vida del pobre relojero - en vez de cambiar para bien- se transformó en una tragedia horrible, ya que el rey al quedar deslumbrado por la magnífica obra de arte que significaba el reloj, temiendo que de algún otro reino lo tentaran para crear uno igual, ordenó vilmente que le pincharan los ojos con alfileres, conminándolo a la ceguera eterna y a su muerte como artista.

DOS RELOJES, TRES CULTURAS, TRES TIEMPOS 

La concepción que tuvo Hanus al diseñar el reloj de la Torre esconde, como muchos otros sitios y elementos de Praga, elementos ocultistas y verdaderamente misteriosos. La pieza está formada por un reloj astronómico que en principio no fue pensada para dar la hora, sino para indicar los movimientos solares y lunares alrededor de la tierra. En él se pueden apreciar tres tipos de horarios diferentes: uno según el sistema arábigo (que mide la hora antigua de Bohemia y comienza con la puesta del sol), otro de números romanos (que indica la hora actual) y otro que, teniendo en cuenta la disposición celeste, marca los doce signos del zodíaco, algo que era muy tenido en cuenta en la Praga del siglo XVI.

En la actualidad, si bien el reloj se mantiene casi en el mismo estado que cuando fue construído, es por otro motivo que, a diario y cada una hora, ciento de personas se paran frente a él como en un ritual preestablecido, para ver la salida de los personajes que brindan un espectáculo sin precedentes.

La gracia radica en que, sobre la fachada del reloj, se encuentra una ventana en la cual cada una hora (y con las campanadas correspondientes) salen de la misma una serie de figuras más que emblemáticas de la cultura checa y que divierten a los turistas que se apiñan frente a ella para apreciar el momento esperado. Al tocar las campanadas, un esqueleto (representación de la muerte) tira de una cuerda mientras sostiene con la otra mano un reloj de arena (en clara alusión al tiempo) y, con esa señal, comienzan a salir de a uno los doce apóstoles (símbolo cristiano por excelencia) como si estuvieran en una procesión.

Cuando los doce apóstoles entran nuevamente en el cubículo donde permanecen guardados, otras dos figuras (el turco - que representa a la lujuria- y un judío –que simboliza al prestamista - en clara significación del pecado de la avaricia) se mueven frenéticamente como demostrando una existencia firme e inextinguible pese a los numerosos siglos transcurridos.

Una vez finalizado el espectáculo, las campanadas dejan de sonar y se oye un extraño pitido que anuncia el cierre de las ventanas del reloj, las cuales se abrirán exactamente cuando hayan pasado cincuenta y nueve minutos y que tendrá, inevitablemente, una horda de personas que esperará ansiosa que pasen los segundos y estallen las campanadas que marquen el inicio de una nueva hora.

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