06 Jun
06Jun

El Trip a Monte Hermoso había llegado a su fin. Nos quedaban apenas unas pocas horas en la ciudad para que nuestro micro saliera y luego de ocho horas de viaje volviéramos a estar nuevamente en casa. Después de un largo día de paseo que incluyó una escapada a la desembocadura del Río Los Sauces, el avistaje de flamencos, la ascensión al Faro Recalada y  una visita a las huellas de aborígenes al costado del mar nos juntamos con el grupo que nos guío durante la corta estadía a tomar el último café.

Pasamos allí un buen rato, charlando de la historia de Monte Hermoso (que de boca de uno de los asistentes  cada vez contaba con más personajes que parecían salidos de un cuento y algunos hechos fantásticos que, de publicitarse, harían de Monte Hermoso un lugar de culto) y hasta Lucila se animó a mostrarme en una servilleta algunas palabras en árabe que aprendió con una profesora nativa. 

Así se nos hizo la noche, entre un frío que calaba los huesos y la humedad propia de las ciudades costeras. Me acordé que les había prometido a mis amigos que, de recuerdo, les llevaría alfajores, puesto que es el souvenir más esperado de aquellos que tienen la suerte de hacerse una escapada a cualquier ciudad con mar. De esa forma les comenté a mis compañeros de trip si antes de volver a las cabañas de Angeles no querían acompañarme a comnprar unos alfajores y ahí fuimos, a un par de cuadras, en una de las calles principales del centro.

La lógica dice que no es para nada fácil encontrar un negocio abierto un domingo, cerca de las fatídicas siete de la tarde y menos si se tiene en cuenta que el mes en curso no era ni mas ni menos que el anodino mayo. Pero la suerte se ve que estaba de nuestro lado por que, en medio de una cuadra que parecía a oscuras por los negocios que estaban cerrados, una panadería con doble escaparate, totalmente iluminada y con una gran pila de cajas color naranja se nos apareció ante los ojos como un espejismo en medio del desierto.

 ¡CHAU MONTE! (UNA SIRENA TE RECIBE, UNA SIRENA TE DESPIDE) 

Una vez dentro de la Panadería/Confitería no quedó lugar a dudas acerca de cual era la especialidad que la caracterizaba: los alfajores. Si bien en el local podían verse canastos con pan, tubos de vidrio repletos de caramelos, delicias como facturas, tartas, chocolates y bombones de todo tipo, lo que más se imponían a la vista eran las pilas de cajas color naranja y una vitrina con bordes de madera y vidrios gruesos que exhibía una montaña de alfajores de varios tamaños (desde los tradicionales a otros más pequeños tanto como un bocado) envueltos en papeles metalizados de diferentes colores  y con una sirenita que parecía haber sido grabada a fuego con algún sello de hierro.

Quien atendía el local era un hombre de unos setenta y pico de años y se mostró muy amable cuando le preguntamos si pódíamos hacer unas fotografías del lugar ya que, no es común (al menos en Buenos Aires) encontrarse con ese tipo de negocios y ,sobre todo, que no tengan problema en dejar que se tomen imágenes. 

Según me contó el señor, la panadería arrancó en 1961 sólo como una despensa de pan y luego con los años fueron incorporando las confituras hasta que, en un momento dado, los alfajores de su elaboración se transformaron en todo un emblema de la zona, tanto que lo llevó a nombrar al producto como Chau Monte, en clara alusión a lo que nunca debe faltar cuando se deja la ciudad y se emprende el regreso a casa.

Si bien el local me pareció un sitio de película, lo que más me llamó la atención fué el logotipo que identifica al producto: una sirena. Todos sabemos que las sirenas son seres mitológicos y que aquellos que aseguran haber visto alguna en las profundidades del mar no recibieron la mejor aceptación, pero pese a eso, Don Aldo Manuel Novillo (así se llama el dueño de la panadería) se jugó no sólo a elegirla como la cara del alfajor sino que, además, la incluyó en el slogan que reza Alfajores Chau Monte: "Una sirena te recibe, una sirena te despide".

Pagamos las cajas repletas de alfajores que elegimos y Don Aldo nos agradece la compra y el interés por su negocio. Nos dió la mano cargado de gentilidad, esa que abunda en los pueblos y escasea en las grandes ciudades. Cuando me estaba yendo  miré hacia el interior del local y ví el cartel de la sirena, recortada entre cajas de alfajores abiertas y llenas de fotografías de muchos de los lugares que durante dos días conocí en el corto pero intenso viaje.

Mientras íbamos hacia la camioneta pensé que el presagio del panadero se había cumplido pero a medias por que la sirena, en mi caso, sólo me despidió. Tendré que esperar a un nuevo trip para regresar y así cerrar el círculo propuesto por el alfajorero más conocido de Monte Hermoso.

Alfajores Chau Monte
Valle Encantado 56, Monte Hermoso
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