08 Sep
08Sep

Mi primer contacto con Purmamarca fue en el año 2004, cuando a poco del estallido económico acaecido en nuestro país, la situación obró a  favor para que muchos se volcaran a conocer las maravillas que tenemos y que muchas ocasiones, son postergadas en pos de otros destinos. Así es como por entonces decidí recorrer el norte y caí literalmente rendido ante muchos de los lugares que visité durante aquella estadía. Recuerdo que al llegar a Purmamarca me pregunté como era posible que tamaña maravilla permaneciera escondida entre un cruce de rutas y cerros coloridos y me alegró saber que, pese a estar en Jujuy que era una provincia con un desarrollo turístico en aumento, aún, era un sitio donde se podía estar sin tener que sobrevivir en medio de una aglomeración de turistas voraces por sacar la foto icónica o comer el plato típico.

De aquella experiencia jamás olvidaré una larga sentada en la plaza central oyendo un grupo de jóvenes que entonaban clásicos del folklore con guitarras y charangos, las charlas con los vendedores del mercadillo, la caminata silenciosa por las callejuelas anaranjadas y la paz que flotaba en el ambiente como consecuencia de la poca gente que merodeaba el pueblo. Dos años después de aquel enamoramiento y ante los primeros síntomas de la abstinencia norteña decidí regresar, en plan de paso hacia mi destino final que implicaba pasar un mes en tierras bolivianas descubriendo los vestigios del imperio incaico en las principales ciudades del país.

Pero al llegar me dí cuenta de que Purmamarca no era la misma y que algo, no sabía aún que, estaba cambiando (tiempo después descubrí que era la mezcla de avasallante de la tecnología y la brutal explotación turística). Entre algunos de esos cambios visualicé los novedosos de conección wi-fi en las tiendas locales y la construcción de una hostería en pleno corazón del pueblo, pensada bajo las más estrictas normas de los hoteles boutique y que brindaría al turismo "internacional" y de "nivel" la posibilidad de tener una estadía de primer mundo mientras hacían la parodia de sobrevivir en el tercero.

 Desde entonces a mi regreso pasaron once años. Cuando este año imaginé una vuelta al pueblo supe que me encontraría con una realidad completamente diferente a la de aquellos años, dado que no sólo las formas del turismo cambiaron sino que, además, en estos años la globalización siguió surtiendo sus efectos y entre ellos se encontraban, inevitablemente, el cambio de muchas realidades. Pero el amor por Purmamarca pudo más y decidí volver más allá de mis prejuicios.     

VOLVER A LA TIERRA DEL ARCO IRIS

Antes de ingresar en el casco urbano el autobús se detuvo para que los viajeros que por primera vez llegaban a la zona vieran en vivo y en directo el Cerro de los siete colores y comprobaran que realmente existe y que no se trata de un truco fotográfico ni de ostentosas técnicas de Photoshop. La magnificencia de los colores y el olor indescriptiblemente puro que allí se respiraba me hizo sentir un dejavú directo hacia aquella mañana de 2006 cuando bajé de un bus de línea que venía de San Salvador y caminé entre arroyos y pastizales hasta el corazón mismo del pueblo.

El casco de la plaza no llegué a divisarlo en su totalidad porque estaba totalmente cubierto por una multitud como nunca había visto, y al ver mi reloj y ver que eran las diez de la mañana, supe que más tarde la situación sería peor. Mientras masticaba unos caramelos de coca intenté acercarme en vano a algunos de los puestos que no sólo se encontraban recargados de mercadería sino que en algunos casos les pedían a los visitantes que no se apoyaran porque les podrían hacer caer las mesas apoyadas de manera improvisada sobre algunos caballetes.

En los escasos minutos que permanecimos sacando fotos y observando los colores brillantes del cerro que se reflejaban gracias al ominoso sol de la media mañana, una decena de micros y autos comenzaron a agolparse en el lugar dándome la idea de que, en poco tiempo, toda esa gente estaría en el minúsculo casco de la ciudad. El guía nos invitó a subir al autobús y comenzamos el ingreso que duró cerca de quince minutos debido a la cantidad de autos y gente que circulaba a paso de hombre entre las minúsculas y serpenteantes calles de tierra tan características.

 Casi a empujones logré aislarme de la horda que se imponía como masa móvil entre los colores del arco iris reflejados en el fondo y logré llegar a la plaza. Allí una joven con un cabrito recién nacido entre sus brazos y una llama que rumiaba esperando ser fotografiada permanecía inmóvil bajo la inclemencia del sol que comenzaba a levantar temperatura. Enfrente a ella, en la entrada del cabildo, un grupo de compadres jujeños entonaban carnavalitos desde sus charangos y sikus y algunos visitantes se movían con gracia como hipnotizados por los acordes.

Me llamó mucho la atención que la fiebre por consumir tejidos, artesanías, sombreros, tapices, muñecos y otros recuerdos a la mayoría de los visitantes no les permitía ver la esencia misma del pueblo, esa que habita silenciosa en la plaza central, en la pequeña iglesia, en el cabildo minúsculo, en la municipalidad que parece una casa de muñecas o en cada uno de los purmamarqueños que son portadores de sabiduría ancestral que tanto nos puede aportar a quienes por vivir en grandes ciudades hemos hecho de la anormalidad un modo de vida aceptable.

De repente, uno de los carnavalitos se terminó y en segundos las primeras estrofas de "Ojos de cielo" (canción grabada por Mercedes Sosa y que apareció de manera póstuma en el disco Lucerito) llenó el lugar como un perfume sonoro. Un aura indescriptible invadió la zona y como un regalo del más allá los siete colores brillaron con más intensidad. Algo era cierto: Purmamarca se convirtió en un destino turístico. Miles de personas la visitan y cada vez será más difícil encontrar momentos de comunión y tranquilidad con el lugar como sucedía antes. Pero el lugar es tan mágico y tan especial que nada podrá hacer que los colores de su cerro se apaguen por que, al parecer, hay ojos desde el cielo que los iluminan con su luz. Y, por suerte, eso no cambiará.

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