Las dos principales avenidas de Varsovia son la Marszalkowska y la Juan Pablo II y ambas son las responsables de transportar el torrentoso caudal humano que a diario, hacen que la capital centroeuropea sea una de las más ajetreada, variopinta y pintoresca de la región.
Un buen punto de inicio para comenzar a andar los caminos de la ciudad que dio origen a la Segunda guerra mundial es sin duda la Plaza de la Constitución, ubicada justo sobre la misma Marszalkowska, y que llama la atención por que hoy, lejos de aquellos años en los que los muros de los edificios de estilo comunista se encontraban desnudos de cualquier tipo de propaganda, son el blanco elegido para que marcas como Phillips, Samsung, Coca Cola exhiban sus carteles para captar clientes o consumidores.
Si bien la avenida se ha modernizado mucho, aún hoy, si se tiene agudeza histórica y un poco de sensibilidad ( matizada con un poco de imaginación), el viajero puede hacerse una idea de cómo era el paisaje en la ciudad en aquel fatídico 1 de setiembre de 1939 cuando Adolf Hitler la invadió y modificó para siempre la vida y el destino no solo de millones de polacos sino del mundo entero.
EL SUICIDIO DE LA IDEOLOGÍA
A pocas cuadras de la Plaza de la Constitución, y si se sigue en línea recta el camino de la Avenida, se llega a un sitio más que curioso: el Palacio de Cultura de la ciudad, antigua sede del Soviet (llamado MittelKontrol por Stalin) y que fue erigido durante en épocas del comunismo más rancio, constituyéndose en la ciudad como la construcción más alta, dado que desde su base hasta la aguja norte mide 230 metros, comparándose en majestuosidad (burocráticamente hablando) a la Casa del Pueblo de Bucarest, ideada por el dictador Ceauceascu.
Luego de la caída del comunismo, la Torre de control dejó de cumplir esa función y, en un acto de reconstrucción histórica y revitalización de la memoria, los polacos decidieron transformarla en el epicentro de la cultura, haciendo de ella un espacio diverso y multicultural. En su interior se llevan a cabo las más diversas actividades relacionadas con el mundo del arte y la cultura en general (conciertos, conferencias, muestras) e incluso, allí mismo, funciona la Academia de cine y arte dramático, regenteada por el cineasta y político Andrzej Wajda, uno de los hombres que, sin dudas, mejor ha sabido pintar la historia de su país a través del celuloide o sobre los escenarios.
A un costado de la soberbia torre se pueden ver dos muestras de cómo el capitalismo avanzó sobre el alicaído comunismo y de cómo el progreso, la modernidad y la inminente globalización del bloque europeo vienen triunfando por sobre cualquier aspecto romántico o desinteresado. Como si reposaran sobre el hombro de la torre, el Hard Rock Café, un lujosísimo hotel cinco estrellas y uno de los Shoppings más grandes de la ciudad se alzan híbridamente y logran imponer sus cabezas en medio de las construcciones que alguna vez tuvo a los polacos del otro lado de la contenedora de hierro.
Retomando la Marszalkowska, lo más recomendable es llegar hasta el Museo Juan Pablo II y, si se dispone de tiempo, entrar a ver los objetos que formaron parte del pontífice desde su infancia hasta el día de su deceso en el Palacio del Vaticano. Sino, la otra posibilidad es quedarse en algunos de los cafés o espacios verdes que abundan a lo largo de la Avenida.
Esta visita puede hacerse en medio día y a la tarde, luego de almorzar algo en la zona (es un lugar muy propicio para comer por que está recargado de centros comerciales, restaurantes de comida rápida e incluso puestos callejeros muy confiables y de excelente calidad) lo más aconsejable es hacerse una escapada al Barrio del Ghetto Judío, o sino, dirigirse a Stare Miasto, la zona antigua y más bella de la ciudad, la cual fue declarada por la UNESCO como Patrimonio histórico y cultural de la Humanidad y que aguarda y atesora algunas de las más grandes joyas de la cultura polaca.