Estambul parece oler por igual en cualquier rincón de su bella geografía, pero luego de visitar varios lugares de interés, se arriba a la conclusión que donde más se celebra el festín de los aromas es en el Bazar Egipcio (o también conocido como el Bazar de las Especias) ubicado frente al Puente Galata y desde donde comparte, junto a construcciones otomanas y varias mezquitas, una de las vistas más bellas de la ciudad. Pese a no contar con la enorme magnitud que tiene el Gran Bazar, ingresar en él también implica hacer un viaje a través del tiempo, dado que además de encontrar un sinfín de elementos comestibles se puede ver una buena muestra de los vestigios de la civilización turca y del modo de vivir del pueblo actual, ya que funciona como un termómetro que mide el ritmo y la cotidianeidad de los mismos.
Apenas se ingresa en el recinto techado por abovedadas cúpulas de la época del imperio otomano, el pasillo central se muestra como el único camino para efectuar la recorrida y sobre él, se ubican cientos de puestos en los que se puede encontrar desde las más extrañas variedades de té (los turcos son productores de uno de los mejores té del mundo), algunas de las ya conocidas -y otras rarísimas especias- para preparar todo tipo de platos, cacharros de metal para cocinar o para calentar el famoso café turco (en su mayoría de cobre y con unos diseños pocas veces vistos en occidente) y un sinfín de bebidas alcohólicas, muchas de ellas típicas de Turquía y que se siguen elaborando bajo los estrictos cánones de las recetas ancestrales que las originaron.
Pero si bien las especias y las coloridas bolsas de té granulado ocupan en su mayor parte los puestos del Bazar, la estrella allí, en realidad, es la decena de tipos de caviar diferente, pescado en las profundidades del Mar de Mármara y el Rojo, y del cual, dicen, que es uno de los más sabrosos del mundo, además de costar menos de la mitad de lo que cuesta en cualquiera de los puertos aledaños en los que se pesca (Incluso uno de los vendedores me contó que los rusos, primeros exportadores de caviar y arenke, cuando llegan a Estambul por turismo, compran cantidades enormes no sólo para llevarse a sus casas sino también como souvenir).
También hay una buena cantidad de negocios en los cuales se puede encontrar la mayor diversidad de dulces tanto de origen autóctono como tradicionales (entre los autóctonos los más pedidos son las baklavas, los turrones de pistaccio, los higos caramelizados, las trufas de todo tipo, los bombones bañados en azúcar impalpable y las Halvas – una especie de mantecol argentino pero de consistencia más blanda- entre otros) además de un sinfín de frutas en todas sus formas (disecadas, caramelizadas, tostadas, almibaradas o bien bañadas en chocolate caliente al estilo fondue)
El modo de llevar a cabo la transacción de compra con los vendedores, como en cualquier otro mercado público es a través del regateo, con lo cual, quienes decidan comprar algunos de los mas de mil artículos que allí se ofrecen, deberán ir preparados para la lucha cuerpo a cuerpo si quieren realizar la compra y salir de la experiencia de un modo airoso (esto es, habiendo creído que se pagó el menor precio y dejando al vendedor con una sonrisa de oreja a oreja por haber cumplido con el apostolado que para él significa el comercio)
Una vez terminada la visita por los interiores del Bazar es aconsejable una visita, a cielo abierto, del excéntrico mercado que se encuentra al costado y que vende todo aquello que por cuestiones de seguridad y de consumo de energía no se puede en el Bazar de especias. Allí los olores y las imágenes mutan; el aroma penetrante de la canela, la mirra y los perfumados dulces se dispersan como por arte de magia y se imponen en el aire los de los quesos y los pescados, mientras que las restes de cerdos, pollos, codornices y vacas sangrientas colgando de los ganchos de los mostradores le dan al sitio un aire de naturaleza muerta digna de cualquier cuadro de pintor flamenco.