Una estadía en Atenas implica inevitablemente una visita a la Acrópolis. Antigua y soberbia, la edificación más icónica de la cultura helénica sorprende a diario a todos aquellos que llegan hasta allí intentando rememorar algo de aquel apogeo vivido en los primeros siglos de la historia griega, donde los dioses y los hombres convivían en ella generando muchos de los mitos que se quedaron en el inconsciente colectivo y que de tanta inspiración sirvieron tanto para las artes y las ciencias.
Son cerca de las nueve de la mañana y, si bien en la Avenida Syntagma braman las bocinas y los gases de los caños de escape de autobuses y autos devuelven la imagen del posmodernismo más macabro, en la base de la Acrópolis parece respirarse un microclima como si se tratase de tiempos de Pericles. Mientras algunos empleados lavan las veredas de las casas de recuerdos (el lavado de veredas es un ritual que se lleva a cabo de manera uniforme en todos los rincones del planeta y asombrosamente, en todos ellos se lleva a cabo de la misma forma), un señor con un bastón pasa por delante de la entrada al predio regalándome una postal que nada tiene que envidiarle a las que venden en los kioskos.
El sol comienza a imponerse y en el cielo que se abre diáfano aún intentan sobrevivir unos minutos más unas dagas rojizas que se recortan en el celeste límpido de la mañana. Me acerco a la entrada donde se venden los billetes para acceder al monte donde se encuentra, en el punto más alto, el complejo que antaño fuera ni más ni menos que la cuna de la civilización y siento un cosquilleo inevitable, imposible de no sentir si pienso que en pocos minutos, apenas atraviese el pórtico de la entrada, voy a estar cara a cara frente al mayor ícono de la cultura occidental.
Una amable mujer me pregunta en un ingés rarísimo si quiero un billete completo o si quiero ver sólo la Acrópolis y el museo. Elijo la primera opción (que es la mas recomendable ya que permite por un plazo de tres días asistir a la mayoría de los sitios arqueológicos de la ciudad) y dejo atrás el ruido de las motos, los autobuses, los niños que corren junto a sus madres para no llegar tarde a la escuela y atravieso el pórtico de hierro para viajar en el tiempo hacia los versos de Homero y las crónicas de Hesíodo. Tiempo de mitos y de dioses que hacían de hombres me aguardan detrás de cada columna y rincón de la bella Acrópolis.
Camino en silencio por el espacio delimitado por cordones que guían el recorrido. El suelo comienza a volverse empinado y ahí sobreviene la primera sorpresa. Ante mis ojos aparece un pequeño anfiteatro que no es otro que el famoso Teatro de Dionisios, donde se llevaron a cabo las primeras representaciones teatrales de la historia y donde los primeros actores usaron las máscaras, nunca antes vistas, como medio para ampliar la voz.
Continúo ascendiendo por el camino pedregoso y aparece la segunda imagen que me transporta a los orígenes de Grecia: el Odeón de Herodes Ático, sitio de privilegio de las artes fue erigido en el año 161 por orden de Tiberio Claudio Herodes Ático en honor a su esposa fallecida por entonces. Desde ese momento, el anfiteatro funcionó como escenario para que se llevaran a cabo las obras más representativas de la historia griega. Con los años siempre estuvo muy bien mantenido y hasta 1984 se realizaron allí importantes conciertos, siendo el último el de la cantante griega Naná Mouskouri cuando en una noche de verano logró completar la capacidad de cinco mil espectadores, tal como lo era en los tiempos antiguos.
Llevado por el ensordecedor silencio que envuelve al monte, sigo caminando y llego hasta la puerta de entrada al complejo mismo donde reposa el Partenón. La ciudad desde allí se ve pequeña y, entre columnas dóricas y pórticos linealmente simétricos, la imagen devuelve la realidad de que se está en uno de los lugares más encantadores del planeta.
Prosigo la marcha y el silencio comienza a esfumarse lentamente. Aparecen algunos ruidos que se pierden con la brisa matinal. Desde hace algunos años, a diario decenas de restauradores y albañiles trabajan en la recuperación y el mantenimiento de las piezas que conforman cada uno de los edificios y construcciones que tienen más de mil años de antigüedad. Una comisión permanente de arqueólogos, paleontólogos e incluso arquitectos e ingenieros velan por el estado de los materiales y la conservación tanto de las estructuras como de la estética de las mismas.
Vean algunas de las piezas que se encuentran apenas se ingresa al perímetro de la Acrópolis:
Dejo atrás las columnas de los tres estilos que vi por primera vez en mi libro de historia del colegio secundario y quedo frente al Erecteion, el fabuloso templo que mandó a construir la diosa Palas Atenea en honor al primer olivo que hizo crecer en ese mismo lugar de la Acrópolis. Pero el templo tiene una particularidad en la que todos se detienen a observar largamente: la belleza de las seis mujeres (cariátides) que sostienen la cubierta del templo como si fuesen verdaderas columnas humanas.
La historia de estas mujeres es algo difusa; algunos dicen que se trataba de servidoras de Atenea y otros aseguran que se trataría en realidad de algunas deidades menores aún no reconocidas por los estudiosos de la época. Pero la historia que más me sorprende -al escucharla de la boca de uno de los cuidadores del lugar- es aquella que cuenta que durante años quienes subían a la Acrópolis oían que las cariátides emitían un sonido muy parecido al canto de las sirenas descriptos por Homero en La Odisea.
Lo cierto es que el rumor comenzó a propagarse y muchos fueron los que pidieron que las sacaran de allí por estar aparentemente poseídas por alguna fuerza maligna, aunque tuvo que pasar mucho tiempo hasta que descubrieron que, en realidad, la causal del canto de las cariátides no era otra cosa que el sonido que se producía al pasar el viento por el hueco de la boca de las mujeres y que se asemejaba al de un silbido agudo, totalmente ajeno a interpretaciones metafísicas.
Las cariátides originales reposan desde hace algunos años en el Museo de la Acrópolis y las que se puede ver sosteniendo la masa del Erecteion son excelentes réplicas, casi tan perfectas como las originales.
Finalmente frente a ellas se erige el Partenón. Según cuenta la historia, el Partenón fue el mayor templo griego erigido jamás. La fecha de creación data del siglo V y según cuentan se habría fundado sobre otro templo anterior, destruído un siglo antes por los persas. El edificio fue construido en mármol blanco del Monte Pentélico y concebido para albergar la imagen de oro y marfil de Atenea Parthenos, una colosal estatua de doce metros de altura elaborada por Fidias.
Con unas dimensiones aproximadas de 70 metros de largo y 30 de ancho, el Partenón estaba rodeado por columnas en todo su perímetro, 8 en las fachadas principales y 17 en las laterales. En el friso se representaba la procesión de las Panateneas, el festival religioso más importante que se llevaba a cabo en Atenas. A lo largo de las cuatro caras del edificio se desarrollaba la escena incluyendo más de 300 figuras humanas, dioses y bestias.
Pero no todo fueron rosas y esplendor para el Partenón. A lo largo de los siglos el templo ha sufrido diferentes transformaciones que fueron deteriorándolo a pasos de gigante. Entre los años 1208 y 1258, en su interior, albergó una iglesia bizantina, y en 1458 fue transformado en una mezquita. En 1687 fue utilizado como polvorín por los turcos, los explosivos sufrieron una detonación y pagó las consecuencias. Más tarde, entre 1801 y 1803, los ingleses expoliaron gran parte de los detalles decorativos. Lejos de ser devueltas a sus legítimos dueños, estas piezas aún se exhiben en museos como el Museo Británico de Londres.
Después de tantos y tan variados avatares, aún no había terminado el cúmulo de desgracias que afectarían al edificio del Partenón y en 1894 se vio afectado por uno de los terremotos más importantes en la historia de Grecia. En la actualidad aún continúan las labores de conservación y reconstrucción en el edificio. Por eso se encuentra rodeado de grúas y elementos de contención, pero todo esto no es suficiente para eclipsar la magia del impresionante edificio.
Termino la recorrida y me siento unos minutos en un banco de mármol helado que mira hacia el Partenón y desde donde tengo una visión del complejo como si fuera una maqueta de arquitecto. A un costado, un perro reposa y se entreduerme por la modorra que le produce el sol del mediodía. Detrás de él, una madre levanta a un bebé del cochecito y lo sostiene con las dos manos sobre una columna dórica mientras el padre, de frente, intenta inmortalizar ese momento lo más rápido posible antes que el niño rompa en llanto.
A unos pasos de allí, perdidas entre un centenar de frisos destrozados que forman una montaña heterogénea, se recortan del cielo tres turistas alemanas que se abrazan y hacen muecas a la cámara mientras una de ellas intenta lograr la toma esa de la ilusión óptica donde parece que se toma el Partenón desde arriba como si fuera un juguete. Escondido entre unos trozos gigantes de columnas veo a un joven en silencio que lee un libro de Lord Byron y parece no pertenecer a este tiempo y espacio, con la cara recostada sobre una de las manos y su mirada perdida me indican el estado de trance hipnótico en el que se encuentra.
Todos parecen estar inspirados de alguna manera por algo o por alguien que aparece como no visible. El lugar tiene un aura única, todo se ve diferente desde allí. ¿Cuál será la causa de tal estado? me pregunto. ¿Serán los dioses? ¿Serán los fantasmas de todos aquellos personajes que pasaron por allí? ¿O serán las miles y miles de sensaciones impresas de todas las almas que a diario pasan delante de aquel museo al aire libre y experimentan una expansión de la conciencia tal como dicen los entendidos que allí sucede?... la respuesta nunca se sabrá, supongo.
La Acrópolis es un misterio y más que contarla o intentar interpretarla lo mejor es vivir la propia experiencia. Sólo por lo que se siente al estar allí es que se justifica un viaje a Atenas.
Datos útiles:
Localización: en el centro mismo de Atenas, a menos de 1km. del Templo de Zeus y la Plaza Syntagma
Cómo llegar: a pie o en Metro: Monastiraki, líneas 1 y 3; Akropoli, línea 2.
Horario de visita: Todos los días de 8:00 a 20:00 horas.
Entrada combinada adultos incluye: Acrópolis, Ágora antigua, Ágora romana, Teatro de Dionisio, Kerameikos, Templo de Zeus Olímpico y Biblioteca de Adriano.