El centro de Bucarest es una verdadera caja de recuerdos arquitectónicos y una buena opción para hacerse una idea de lo magnífica que fue la ciudad a lo largo de toda la historia del país. En el siglo XIX, por ejemplo, con la ciudad consolidada como la capital del país se construyó una serie de palacios, edificios, teatros y otros espacios siguiendo el estilo Art Nouveau imperante en París y que sobrevivieron a las muchas de las penurias y desavenencias que experimentaron los rumanos desde entonces. Así es como de aquellos años aún perduran el Teatro Casa de la Opera, el Palacio del Círculo Militar Nacional o las dos enormes moles neoclásicas que se encuentran en la ajetreada Avenida Regina Elisabeta. Y el Bar Caru Cu´Bere, uno de los más famosos y visitados de la ciudad bien podría estar inlcuido dentro de aquella lista.
El bar fue creado en 1897 cuando Rumania aún no era un país libre y formaba parte del Imperio Austrohúngaro. Así, como un emprendimiento de la Familia Căbășan (integrado por el Tío y tres de sus sobrinos) adquirieron el terreno en el número 5 de la Calle Stavropoleos y para erigir el edificio contrataron a eximios arquitectos para que diseñaran en un exquisito estilo neogótico, uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad, cargado de elementos históricos y culturales que describieran la esencia del ser rumano. De ese modo, el restaurante comenzó a funcionar a partir de 1900 y, cuando se desintegró el Imperio Austrohúngaro luego de la Primera Guerra Mundial, el bar se transformó en un verdadero ícono de aquella moderna Rumania que estrenaba identidad y comenzaba a hacerse conocida en el concierto de grandes capitales del viejo continente.
Sin embargo, cuando en 1945 Rumania cayó bajo la órbita del comunismo y se transformó en una República Socialista Soviética dependiente de la U.R.S.S. el mismo le fue confiscado a la familia Căbășan para serles devuelto algunos años después de la muerte de Nicolae Ceausescu, en 1989. Desde entonces, el Caru Cu Bere jamás volvió a cerrar sus puertas y se transformó en una visita obligada para todos los viajeros que llegan a la capital con ansias de descubrir su historia, su pasado y sus costumbres. Por ello, visitarlo supone la posibilidad de vivir una experiencia inolvidable ya que la enorme belleza de sus salones y la excelente gastronomía típica que ofrece lo vuelven un espacio inolvidable y cinematográfico por partes iguales.
Acompáñenme a descubrir el Caru Cu Bere en imágenes:
Construida en estilo neogótico la entrada del bar provoca en el visitante la idea de que ingresó en una abadía o en cualquier palacio de la Edad Media. La exquisita combinación con la que se pensaron los techos, las columnas, los frescos y los pisos suponen un elaborado diseño arquitectónico y una cuidadosa elección de materiales que permitieron su conservación a más de un siglo de haber sido construido.
Las lámparas de amplios caireles -en su mayoría construidas con cristal de Bohemia- le otorgan al lugar un ambiente tenue propicio para experimentar un cambio temporoespacial apenas se atraviesan las puertas de la entrada.
Una enorme barra cuadrangular en 360 grados contrasta con los vitreaux inspirados en escenas bíblicas o en diferentes acontecimientos de la Edad Media en los Cárpatos. Allí hay sillas para sentarse en la barra y disfrutar de un plato ligero o tomar alguna bebida antes de seguir camino.
Por las tardes, a partir de las 18 horas los jóvenes eligen las mesas de la planta baja para llevar a cabo la práctica del "After Office" por lo cual puede resultar un tanto complicado conseguir mesas allí, no siendo aquel un problema ya que el bar cuenta con una planta superior y un subsuelo preciosamente decorado.
Una heladera de grandes dimensiones exhibe lo más típico de la gastronimía y pastelería rumana. Las Pavlovas y las Selva Negra (provenientes de Alemania y que se transformaron en una de las favoritas de los rumanos) son dos verdaderos íconos entre los visitantes que las eligen para acompañar un café o una taza de chocolate.
A un costado, un pequeño giftshop ofrece recuerdos de Rumania en general y algunos de Bucarest. Remeras, blusas, cuadernos, dulces, especias, llaveros, lápices, perfumes y pequeñas muestras de bebidas alcohólicas suponen una buena excusa para transformarlas en un recuerdo del paso por la ciudad y, en especial, por el bar.
La ambientación Art Nouveau de la planta baja evoca sitios de ensueño salidos de la combinación de cualquier cuentista europeo y del mejor de los pintores modernistas.
Vista de la barra desde el balcón de la primera planta. Desde allí se tiene una excelente vista de todo el salón y también de los increíbles vitreaux ubicados sobre el lateral de una de las paredes.
En el subsuelo del bar se encuentra un salón que - por su tranquilidad y estar alejado del ruido de la planta baja- es el lugar elegido por los visitantes que quieren almorzar o cenar en total tranqulidad. En cada uno de los espacios se encuentra una serie de reproducciones con expresiones artísticas de diferentes momentos de la historia del arte tales como el Antiguo Egipto, el Art Nouveau y algunas piezas inspiradas en las pinturas del artista checo Alphons Mucha, quien supuso una influencia y un modelo a seguir por varios artistas plástcos rumanos.
Escenas de arte egipcio decoran una de las paredes
Escenas de Realismo Rumano de finales del S. XIX
Imágenes inspiradas en la obra de Alphons Mucha
Durante los siete días que pasé en Bucarest el Caru Cu Bere se transformó en mi segunda casa. Igual que un fiel fanático que no falta a misa durante toda la estadía desayuné y cené allí. A los pocos días de asistir los camareros y camareras comenzaron a reconocerme como habitué y empezamos a intercambiar las primeras charlas. Durante esos días, y gracias a ellos, aprendí mucho sobre la historia de Rumania, oí testimonios de cómo sus familiares vivieron (y en algunos "sobrevivieron") los años de Ceausescu y de cómo es ser joven e intentar sobrevivir en una Rumania que, después de treinta años de haber ingresado al mundo capitalista, aún sigue esperando que las promesas de igualdad, confort y bienestar se hagan realidad y dejen de oler a estafa y desengaño.
El último día, cuando hice mi última cena en Bucarest (el fanatismo por la pata de cerdo rebosada en cebolla y acompañada de polenta se me había transformado en un verdadero vicio así que en esa ocasión, la repetí) algunos de los chicos y chicas de los que me había hecho amigo se acercaron para despedirse y nos hicimos una foto todos en la entrada del bar. Por esas cosas del destino la foto se perdió (si, las fotos digitales también se pierden) y me quedé con ganas de volver a verla una vez más para volver a pasar por el corazón aquello que experimenté en ese momento. Por ello, el Caru Cu Bere se me quedó prendido en la retina y en el corazón, tanto como el guía del Museo Municipal de Bucarest (de quien hablaré en mi próxima crónica) que me dedicó una tarde entera para que le hiciera mil preguntas sobre la Revolución de 1989 o Diana y Christian -una pareja de novios que fundaron su propia empresa - quienes con mucho profesionalismo y un enorme amor por su país me mostraron Transilvania y sus castillos como nadie lo podría haber hecho.
Quienes me siguen desde hace tiempo saben que no soy de recomendar sitios para tomar o comer ya que me parece que no es relevante y creo que para eso están las guías turísticas (y este espacio nada tiene que ver con eso) pero, en este caso, les pido que si van a Bucarest no dejen de visitarlo. Es un lugar simplemente mágico y con un misticismo más que especial. Con su arte, su gente, su música, sus aromas , sus sabores y su capacidad para que uno se sienta un rumano más sin serlo lo vuelven uno de los sitios más fascinantes del mundo. Y eso hace que luego de conocerlo, inevitablemente, siempre se esté soñando con volver.