La primera vez que visité el puerto de Mar del Plata tendría siete u ocho años. Parte de mi familia vivía en Tandil así que como escapada de fin de semana, decidimos con mis padres ir a pasar el día a Mar del Plata. El recuerdo que tengo de aquel día es algo raro por que recuerdo el puerto pero no recuerdo haber visto el mar. Y es obvio que al mar lo ví. Es difícil -por no decir imposible- entrar a la ciudad sin ver el mar, pero por alguna razón aquel puerto de inicios de la década del ochenta se me debe haber presentado ante los ojos como más interesante que la gran mole de agua, para que hoy, más de treinta años después, siga teniendo aquella imagen que aparece como filmada en Technicolor y con filtro de Instagram.
El puerto de entonces era muy diferente al de ahora. Los pescadores se asentaban en otro lugar que el que están hoy y, la famosa Bahía de los lobos, se encontraba a unos kilómetros de la actual ("los lobos se vinieron para acá por que los barcos cada vez mas modernos los terminaban matando contra el playón de contención de la escollera", me dijo un pescador mordiendo un pucho apagado y con un gorro de Boca mientras se cebaba un mate sentado al costado de su barca).
Si cierro los ojos la primera impresión que me viene es la del olor a pescado, fuerte, penetrante, y seguido a ella, una imagen en la que mucha gente busca un lugar en algunas de las mesitas de madera ubicadas a la orilla de la bahía. En esa misma imagen perros y gatos deambulan por el mismo lugar y un viejito, con gorro negro, polainas y unas uñas que no veían el agua desde hacía tiempo, comienza a tocar un desvencijado acordeón y entona una canción en italiano, a la vez que los que están sentados se alegran y entre aplausos y bravos cambian la energía del lugar llenándola de algarabía.
Abro los ojos y lo que veo es muy distinto. De aquella imagen grabada en la retina reconozco los lobos, el olor (inconfundible, mezcla de orina, piel marina de cuero, sal, arena y los restos de peces que quedan de su ingesta) y las gracias que hacen frente al público que, como antes, los observa atónito detrás de los alhambres que separan la escollera de la costa.
Típica postal de la Bahía de los lobos
Las barcas de los pescadores tienen varias décadas en su haber y muchos kilómetros recorridos. Los diferentes vaivenes económicos del país -sumados a la pesca indiscriminada de buques internacionales que explotaron la costa abusivamente- hicieron que el de los pescadores sea uno de los sectores mas castigados. Pese a eso el puerto conserva parte de aquella estética que lo iguala a otros del mundo como el de Génova o el de A Coruña en Galicia.
A la distancia muchas de las barcas de los pescadores parecen de juguete. Pintadas con vivos colores y ubicadas una al lado de la otra le dan a la zona del puerto un aire cinematográfico. Es una de las mejores opciones para hacer una parada fotográfica o bien para ver el modo de vida de los trabajadores a los que, pocas veces, les es reconocido el esfuerzo para que los peces y frutos de mar lleguen a los consumidores de la mejor manera.
Como pueden ver el puerto de Mar del Plata es un sitio imperdible en una visita a la ciudad. Les recomiendo que vayan por la mañana temprano y lo recorran a pie ya que es algo extenso e implica que se vayan haciendo algunas paradas para descansar y que no se haga tan duro. Si van con niños lo más aconsejable es ir en auto (conseguir taxis allí puede ser una tarea un tanto ardua y los autobuses suelen ir atestados de gente, sobre todo en hora pico).
A casi un kilómetro de allí encontrarán el complejo de los restaurantes especializados en pescados y frutos de mar, los cuales son una buena opción para cuando llega la hora del almuerzo. Además, allí hay diferentes casas de venta de productos en conserva y es una buena opción para tentarse y traerse algún fruto de mar o cualquiera de los recuerdos hechos con caracoles y otros elementos marinos.