Con la reciente publicación de Santos Ruteros de la periodista Gabriela Saidón (un ensayo donde se hace hincapié en la figura de algunos mitos populares considerados divinidad) volvió a mi mente el recuerdo de cuando en viaje a Ischigualasto, estuve unas horas en Caucete en el Santuario de la Difunta Correa.Fue en las vacaciones de invierno del año 2005 que llegué a la ciudad de San Juan con la idea de pasar una semana en tierras cuyanas y quizás, si me daba el tiempo , hacer una escapada al Parque Nacional Talampaya en la lindera provincia de La Rioja.
Como quería optimizar tiempo decidí tomar un paquete completo (algo que suelo no hacer por que me gusta armar mi itinerario a mi propio gusto) y dentro de las actividades y sitios que tenía para visitar se encontraba una parada en Caucete, para cuando fuéramos desde San Juan hasta San Agustín del Valle Fértil, sitio en el que pasaría la noche antes de viajar hacia el Parque Ischigualasto donde me esperaba el maravilloso paisaje del Valle de la Luna.Así fue como luego de un día de city tour en la capital de la provincia partimos con el guía y tomamos la ruta hacia el Valle Fértil. Mientras íbamos mateando en la camioneta preparada para terrenos andinos, el hombre comenzó a contarme la historia de Deolinda Correa, de la cual yo sólo conocía hasta el momento su nombre y la cualidad de mito viviente.
LA TRISTE Y DESPIADADA HISTORIA DE DEOLINDA CORREA
Según la tradición oral el mito surgió hacia 1840 (época de las terribles luchas entre unitarios y federales) cuando la mujer en cuestión decidió salir a buscar junto a su pequeño hijo, al marido que había sido reclutado por la montonera y que nunca más regresó al hogar. De ese modo, y con el bebé a cuestas, la joven se lanzó a la arriesgada aventura de atravesar el desierto con ropa liviana, sin un burro o un caballo y con sólo una botella de agua en su poder.
Con esas condiciones adversas sumado a las inclemencias del acuciante calor de la región era más que lógico que la pobre mujer no iba a sobrevivir, y fue asi que con el último aliento y casi al borde de la muerte, le rogó a Dios por su hijo a la vez que cerraba los ojos y el pequeño comenzaba a mamar.Días después un grupo de baqueanos encontraron el cuerpo sin vida de ella y el del pequeño que aún conservaba la suya gracias al milagro de la leche materna.
Impresionado por la fantástica historia que me acababa de contar, el guía prosiguió en su explicación y me dijo que, mas allá de cual fuera mi creencia, él debía parar unos minutos en el santuario para saludar a la difunta y para pedirle que nos proteja en el camino. Ante tal creencia popular (y ante mi duda periodística, no lo voy a negar) le dije que no había ningún problema y que yo también bajaría con él así conocía el famoso santuario y le pedía protección a la santita para mi viaje.
Le dieron cristiana sepultura y a partir de allí comenzaron a producirse los milagros para muchos de los que invocaban su ayuda o su protección. Con el tiempo, los baqueanos de entonces fueron desapareciendo y su figura fue suplantada por la de los camioneros o ruteros. Es por eso que hoy, en el mismo sitio donde fue encontrada la difunta, hay un recinto especial para que éstos dejen sus ofrendas y pedidos de agradecimientos por los deseos concedidos.
EL SANTUARIO DE LA DIFUNTA, UNA EXPERIENCIA RELIGIOSA
Apenas bajamos de la camioneta el lugar me pareció muy tranquilo y casi no se oían ruidos más que el del chorro de agua de una canilla abierta de la cual una humilde mujer llenaba un florero con un ramo de rosas del tamaño de un repollo. Lo primero que divisé fue una escalera ondulante de material que ascendía sobre una pequeña colina, y me llamó mucho la atención ver, en un costado, un parador recargado de patentes de camiones y autos, todas ofrendas de pedidos y agradecimientos de los camioneros o viajantes, verdaderos protegidos de la santa.
Sobre la escalera que llevaba a la cima de la colina (lugar donde se encuentra el complejo de las capillas temáticas) y como si se tratara de una figura recortada de modo caricaturesco en el espacio, la silueta de un hombre que en silencio subía de rodillas los duros escalones le daba al lugar un aire de sacralidad que nada tenía que envidiarle a los tradicionales templos góticos del mundo.
Nos colocamos en silencio detrás del peregrino y enorme fue mi sorpresa cuando volteé la mirada y creí estar en la Fiesta de Alacitas en La Paz, Bolivia, pero rápidamente me dí cuenta de que no era allí donde estaba. Pasado el dejá vu distinguí una pequeña montaña recargada de casitas de juguete, dejadas por los fieles que las preparan tal cual como quieren que la Difunta se las conceda a modo de pedido, y que las dejan allí por que aún no la obtuvieron o bien por que ya la consiguieron y quieren dejar testimonio de la gracia otorgada.
Al llegar a la cima de la colina me encontré con siete capillas temáticas, entre las cuales se pueden ver: una repleta de vestidos de novia, otra con juguetes que dejan los niños, otra con yesos, bastones y algunos elementos ortopédicos, una con bicicletas (que fueron el móvil de accidentes de tránsito), una con fotografías y placas recordatorias y una principal en la que se encuentra la escultura de la difunta con su pequeño bebé en brazos tal cual como fue encontrada por los reseros.
Mientras bajábamos la colina para regresar a la camioneta, el guía que me acompañaba cometió una infidencia: en voz baja y como temiendo una represalia no se de quién me contó que una de las capilllas (que no se encontraba abierta al público) había sido mandada a construír por un famoso periodista argentino que, estando al borde de la muerte, se encomendó a la Difunta y ella le salvó la vida.
Subimos al vehículo y en el horizonte el sol comenzaba a caer. El guía cargó agua en el termo y retomamos la mateada que se había truncado cuando llegamos al santuario.
-Ahora podemos viajar tranquilos, cumplimos como viajeros. Si no hubiésemos parado seguro nos quedábamos en algún lugar de la ruta - me dijo mientras se sonreía- la santita es muy celosa… y hay que reverenciarla.Le devolví la sonrisa y cebé el primer mate. Se lo pasé, mientras que me quedé pensando en una frase que me vino de repente a la cabeza. Era de un cuento de Isidoro Blaisten y daba cierre al texto diciendo: “Vean a qué cosas se aferran los seres humanos”.