Luego de un par de años sin ir, en semana santa decidí que era un buen momento para regresar a Montevideo. Alguna vez les conté mi debilidad por la capital uruguaya y es por eso que siempre que quiero poner la cabeza en off, decido cruzar el charco y llenarme de todo eso que siento cuando estoy allí (sé que no es conveniente definir un cúmulo de situaciones, sensaciones o experiencias con el pronombre "eso" pero les aseguro que no puedo encontrar una sola palabra con la cual poder definir que es lo que me atrae de la ciudad).
Esta vez, en vez elegir uno de los tantos barquitos que cruzan el charco (y sumado a la abstinencia de vuelos) decidí viajar en avión, la cual fue una experiencia que me dejó una sensación extraña, teniendo en cuenta que el trayecto duró lo que tardó el avión en despegar, sobrevolar unos minutos el brazo amarronado que se ve desde los cielos y el aterrizaje inminente que significó un abrir y cerrar de ojos.
A la ciudad la encontré bastante cambiada. El aeropuerto de Carrasco realmente es muy amigable, pequeño, hipermoderno y se encuentra muy bien comunicado con la ciudad. Apenas salí del espigón internacional y el taxi se perdió entre las lomadas del terreno, comencé a ver el avance y el desarrollo que se está dando en la zona. Carreteras nuevas, autos de alta gama, postales del boom inmobiliario frente a la playa de Pocitos y una cantidad de hoteles botique, de diseño y de lujo que en los últimos años de Tabaré eran meros proyectos de realización.
Pero más allá de los cambios estéticos (y de la tan mentada diferencia cambiaria que hace que uno se estremezca al preguntar un precio en cualquier lugar) me encontré con una grata sorpresa que me alegró mucho: la ciudad fué designada por la Union de ciudades de Iberoamérica, como Capital Iberoamericana de la Cultura 2013.
Acerca de esa designación mucho se podría decir, e incluso, enumerar un sinfín de causas que justifican la acertada decisión de la Unión de ciudades. Pero como la imagen siempre vale más que mil palabras, comparto con ustedes algunas instantáneas que ejemplifican el porqué de tan acertada elección.
La ciudad cuenta con un pasado histórico importante. En ella sucedieron los hechos más importantes de la historia del país y hoy todavía es testigo viviente de aquellos años que forjaron la identidad. En la Plaza Indepencia (corazón de Montevideo), por ejemplo, se encontrarán con la enorme estatua ecuestre de José Gervasio Artigas, padre de la patria uruguaya y bajo ella, en el subsuelo, yacen los restos del caudillo que son custodiados por soldados similares a nuestros granaderos. Allí mismo se encuentra ubicado el Palacio Salvo (edificio gemelo del Palacio Barolo) y que ya esta altura es un verdadero ícono de la cultura charrúa.
A escasos metros de allí, los amantes de las artes escénicas encuentrarán un sitio imperdible: el Teatro Solís, el cual puede ser visitado con guías en varios idiomas o bien asistir a algunas de las obras y conciertos que allí se llevan a cabo casi a diario.
El arte vive en cada rincón de la ciudad. Sólo hay que ponerse un poco más observador que de costumbre y dejarse llevar por las callecitas montevideanas. Se sorprenderán con todas las manifestaciones con las que se van a topar ya sea en plazas, palacios, edificios o bien en pintadas callejeras.
¿Qué les dije?
El puerto (y específicamente la zona en la que se encuentra el famoso mercado) es una de las zonas más interesantes para mezclarse en el modo de vida de los montevideanos. La estética de antaño sumada al olor que emanan las chimeneas de las parrillas del mercado hacen del lugar uno de los más increíbles de la región (y si no me creen observen el crisol de razas con el que se van a encontrar cuando decidan hacer un alto y probar algunos de los platos típicos tan sabrosos y particulares). Los domingos ese lugar se llena de gente y se realizan varias ferias de artesanías, alzándose como el sitio indicado para comprar regalos y recuerdos.
Frente al mercado y un poco más allá de la entrada principal del puerto, los barcos devuelven la imagen que en la década del cuarenta seguro tuvo Torres García cuando plasmó de modo prolífico la vida en la costa montevideana. Barcos de todo tipo, veleros e incluso yates, se recortan con el Cerro de Montevideo al fondo, desenfocado y con el Faro que da identidad a la capital.
Además del arte, el aspecto cultural es único en Montevideo. Como consecuencia del sincretismo que surgió de la mezcla entre el criollo y las poblaciones africanas llegadas a la región, el candombe es la consagración de esa mezcla. Así como dijo Borges alguna vez del tango, el candombe también es un "sentimiento" que se baila.
Y por último el río. Inspirador, melancólico, pintoresco, calmo. Testigo omnisciente de monólogos internos, mates entre amigos, charlas de madres que acuden con sus niños y espejo manchado de ocre que devuelve la calma y la tranquilidad a todo el que llega y se posa frente a él de un modo contemplativo.
Si ya la conocen vuelvan. Sinó, no duden en conocerla. Así podrán descubrir por ustedes mismos el sinfín de cualidades que hacen que en este 2013, sea un pasaje abierto hacia lo mejor de la cultura sudamericana.