Nadie se atrevería a discutir que uno de los grandes efectos que dejó la conquista española, fue sin lugar a dudas, la implementación del cristianismo en una región del planeta en la cual los pobladores originarios ya tenían sus mitos y creencias, bien diferenciados de los que luego les impusieron por la fuerza. Así es como el choque cultural entre los misioneros católicos y los indígenas americanos, dieron como consecuencia, una de las mayores muestras de sincretismo que se haya visto jamás en la historia de la humanidad.
Lo cierto es que si bien las muestras de sincretismo religioso pueden verse en diferentes ciudades de América Latina, muchos aseguran que es en Cholula (un pequeño pueblo situado a 6 kilómetros de Puebla) donde reposan las dos mas grandes joyas construidas durante el barroco hispanoamericano, de las cuales una de ellas (la Tonanzintla) está considerada por numerosos críticos de arte como la octava maravilla del mundo.
SANTA MARÍA TONANTZINTLA: UNA IGLESIA DISEÑADA CON PLANO ESPAÑOL Y CONSTRUÍDA CON CORAZÓN INDÍGENA
La fachada exterior de la iglesia es una pequeña muestra de lo que verá el viajero una vez que atraviese los grandes portones de algarrobo labrado. De aspecto sencillo y totalmente revestida con pequeños azulejos (en colores primarios) ofrece la sensación de estar asistiendo a un lugar sencillo pero que no por eso deba ser considerado menos importante.
Una vez dentro, la primer imagen que sobreviene a la vista del espectador, es la de una horda de ángeles semidesnudos (con grandes ojos, cabellos rubios y ensortijados) que ocupan cada uno de los rincones – incluso hasta aquellos imperceptibles a simple vista – y penden en actitud descendiente como si estuvieran bajando de las alturas para compartir con los mortales el espacio terrenal.
Cada uno de estas figurillas fueron laboriosamente creadas con una mezcla de barro, paja y una sustancia viscosa extraída de la hoja del maguey, y luego horneadas y coloreadas especialmente para ser una pieza más dentro del engranaje visual que ofrece el interior de la iglesia. Debajo de la recargada cúpula que custodia el altar mayor, los indígenas han querido esconder allí, uno de los secretos mejor guardados y que aún hoy, pocos han descubierto.
Quien se pare debajo de la cúpula (de espaldas al altar, de frente a la entrada) y levante la vista intentando hacer foco justo en el centro de ella, verá que entre los pequeños querubines y angelitos de barro, emerge regordeta la cara del niño Jesús. Si sobre el mismo eje de los pies (y sin levantar la vista) gira en 180 grados, verá que además de la cara, en pocos minutos aparecen los brazos y los glúteos del niño, dando la sensación de que se acomoda en el aire para ser recibido por quien lo está observando.
Este juego visual - que a los ojos de la mayoría parece una exageración - en realidad no es una deliberada muestra de creatividad de los indios, sino que muy por el contrario, fue algo impuesto por los conquistadores que la diseñaron y está relacionado con un típico concepto barroco que es el del temor al vacío (horror vacui) por lo cual tendieron a recargar cada uno de los rincones de las fachadas, columnas y pórticos, asegurándose de esa forma que ninguna forma maligna se instalara allí.
Una excelente forma para experimentar lo que esta maravilla religiosa representa para los cholulenses, es visitarla un sábado por la tarde, ya que ése es el día en que los catequistas dictan sus clases a los niños que se preparan para su primera comunión, y junto a ellos, al finalizar la teoría, dedican entre todos un rosario (totalmente cantado) en honor a su patrona protectora, la Virgen de Tonanzintla.
SAN FRANCISCO ACATEPEC: LA IGLESIA QUE RESURGIÓ DE LAS CENIZAS
De las dos iglesias, ésta es la que los estudiosos consideran como la más hispana de las dos, ya que tanto en su fachada externa como en su interior, responde más al estilo clásico hispano que al de las sobrecargadas molduras y figuras indígenas. Su construcción duró menos que la de la Tonanzintla, pero a principios de los años 30, el olvido de una vela prendida hizo que se quemara casi en su totalidad, debiendo comenzar una ardua tarea de reconstrucción, trabajo que duró largos años, hasta que la dejaron en el mismo estado en el que se encuentra en la actualidad.
Sobre la entrada principal (bordeada por un sendero de césped muy bien cuidado) -y a diferencia de otras iglesias - reposan los panteones de algunos de los sacerdotes que pasaron por ella oficiando sus ministerios. En su interior, la luz se hace mucho más profusa que en la Santa María Tonanzintla (iluminada en su totalidad por luz artificial) y si bien hay figurines de ángeles y santos custodiando los rincones, el hecho de que la mayoría estén coloreados en la escala de los blancos, amarillos y dorados, producen una sensación de paz y tranquilidad muy distinta a los de la otra.
Uno de los aspectos más interesantes de esta iglesia, son los grandes azulejos y baldosones de estilo poblano que tapian casi todo el exterior, y que asemejan en su mayoría, los diseños sevillanos que decoran los alcázares de la metrópoli española. Además, si se tiene la oportunidad, ver si se puede subir al campanario ubicado a un costado, ya que desde allí se tiene una de las mejores panorámicas del empedrado barrio de San Francisco.
Visitar estas dos iglesias es una experiencia que nadie que llegue a México puede dejar de ver, ya ambas constituyen el mejor ejemplo de lo que fue el sincretismo hispano y de cómo los indios, a su manera, aprendieron a adorar nuevos dioses que hasta el momento, nada tenían que ver con sus creencias y que desde entonces, les modificó la forma de comprender la vida.